sábado, 22 de diciembre de 2012

¡Papi, cómprame un Kalasnikov!

Retrato de Jon Sistiaga

 

 

El otro día, hace de esto apenas una semana, Cuatro evacuaba una pieza de Jon Sistiaga sobre la feria de armas en Kentucky, un inmenso pajar para construir con ella un enorme personaje con el que castigar la libertad de armas y de paso a Estados Unidos. La cinta es un verdadero documental, mucho más cierto de lo que jamás pensó Sistiaga que lo fuera; pero no sobre Estados Unidos, o las armas, o la libertad, sino sobre él mismo y las ideas que tienen él y muchos, no sólo dentro de la profesión periodística, del papel de los medios de comunicación. Son vehículos al servicio de su ideología, no al servicio de la realidad. Y el involuntario objeto de este documental, el propio Sistiaga, aparece con su retrato más auténtico y más despreciable.
Comienza por mentir ya desde el título. “¡Papi, cómprame un Kalashnikov!”, se llama, y el único que aparece es de juguete. Por error o por servicio a la causa confunde la pronunciación en inglés de M-60 con M-16, e insiste en viejas mentiras, ya vertidas por su maestro Michael Moore. Intenta hacer pensar al ignorante que el hecho de que los ciudadanos puedan tener armas es un rasgo más de la excepcionalidad estadounidense, “muy lejos de cualquier parámetro europeo”, dice, cuando los británicos estaban en esa situación hasta 1997 (desde entonces se ha multiplicado el crimen, por cierto) o en Suiza la mayoría de los ciudadanos tiene al menos una.
Confunde las armas, que son un objeto, con la libertad de armas, que es un derecho, artilugio que le es muy útil para atizar el último con el primero. Menciona las matanzas de Columbine o Virginia, pero no dice que en esos sitios se daba la situación que él defiende, ya que allí (como en Omaha), estaba prohibida la tenencia de armas. Probablemente ni sepa, porque no lo habrá ni mirado, que según el estudio más profundo sobre la incidencia de la libertad de armas en el crimen, ésta salva más de 1.000 vidas al año, cuatro veces más violaciones o 60.000 asaltos violentos. Un aumento del 1 por ciento en la tenencia de armas provoca una caída del 4 por ciento en los crímenes violentos.
La razón es sencilla: no son las armas las que matan sino las personas. Los criminales, que hacen del actuar fuera de la ley su profesión, no tienen problema en saltarse una prohibición de armas si con esta nueva violación de las leyes consiguen su instrumento de trabajo. El ciudadano normal, el que sólo las utilizaría para defenderse de los criminales, es quien queda sin ellas. Si se le permite hacerlo aumentan los usos defensivos de las armas y baja el crimen.
Pero lo mejor del documental de y sobre Sistiaga es su construcción del hombre de paja. Todas las encuestas muestran que los dueños de armas en Estados Unidos no son más demócratas o republicanos que la media, ni tienen tendencia a unas ideas que sobresalga sobre el conjunto de la población. Acaso tienen un nivel económico y educativo ligeramente superior, pero muy poco. Qué más da. Él tiene recursos para identificar al ciudadano estadounidense con armas con la ultraderecha, el nacional socialismo, el segregacionismo, el KKK o lo el brazo incorrupto de Santa Teresa. No importa que la segunda enmienda fuera redactada por quienes dieron lugar a la más antigua de las democracias del mundo. Da igual que quienes primero quisieron, como él mismo dice, “regular mejor las armas”, es decir, controlarlas, fueran precisamente los racistas y el KKK. Es lo de menos que fuera Hitler quien pronunciase en 1935 una frase revolucionaria: “Este año marcará un hito en la historia. Por primera vez una nación civilizada tiene un completo registro de las armas. Nuestras calles serán seguras, nuestra policía más eficiente y el mundo seguirá nuestro liderazgo en el futuro”. Oh, sí. Un liderazgo lleno de Sistiagas.


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